lunes, 18 de enero de 2016

TODOS SOBRE LA COFRADIA DEL SANTO NOMBRE DE JESUS NAZARENO DE VILLAVICIOSA

LA SEMANA SANTA EN VILLAVICIOSA DE ASTURIAS


Corría el año de gracia de 1668 cuando, Fray Luís de Llano y Fray Sebastián de Romero, de la Orden de Predicadores, fundan en la villa de Villaviciosa la “Cofradía del Santo Nombre de Jesús Nazareno”, siendo obispo de la diócesis D. Diego Sarmiento Valladares.
Así consta en el libro de la “Cofradía” que tiene su comienzo en el año de 1694.
Con la instauración de la “Cofradía del Santo Nombre de Jesús Nazareno” se pretendía, como así ocurrió, garantizar y perpetuar la celebración de la Semana Santa en Villaviciosa, dotándola de los medios necesarios, humanos y materiales, que hiciesen realidad un proyecto: conmemorar los misterios de la Pasión y Muerte de Cristo con la participación directa del pueblo. Con ello se hacía escuela, se cultivaba la devoción y se hacía un alto en la rutina diaria siendo todos protagonistas de una actividad social.
Los primeros frutos de esta iniciativa llevada a cabo colectivamente empiezan a verse a finales del siglo diecisiete, pues en 1696 ya hay constancia de desfiles procesionales con dos pasos: “Jesús atado a la columna” y “Jesús con la cruz a cuestas”, acompañados de la “Cruz Enarbolada”.
Durante el siglo dieciocho se va aumentando un patrimonio escultórico que iba dando más y más solemnidad a los cultos de nuestra Semana Santa: “San Juan”, “Lágrimas de San Pedro”, “Señora de la Soledad” y “Jesús Niño”. Posteriormente se añadieron los sayones al paso de la “Columna” conformando así un nuevo paso, el conocido popularmente como “Los Canterinos”. Luego viene el “Santo Sepulcro”, “La Coronación de espinas”, “El Prendimiento” y “Longinos” y varios “Estandartillos”.
Las dos Representaciones Sacras o Autos Sacramentales que marcan y dan carácter a nuestra Semana Santa son precisamente las de más solera: “El Encuentro” y “El Descendimiento o Desenclavo” seguido de la “Procesión del Santo Entierro”. Tres siglos los avalan.
En los albores del dieciocho ya se fueron conformando como hoy los conocemos. En los mismos lugares y en los mismos días.
El “Encuentro” el Miércoles Santo. Al principio se determinaba cada año el lugar para la predicación.
Pero donde nuestra Semana Santa alcanza su mayor esplendor y solemnidad es el Viernes Santo con el “Descendimiento” y el “Santo Entierro”.
Cultos que datan seguramente desde la fundación de la Cofradía, pues ya en 1693 hay constancia de un tablado, formado por pipas y tablas, sobre el que se desarrolla el Auto de la Pasión conocido como “Desenclavo”.
Este día era feria en la Villa. Se ubicaba en la Cuesta de Santa Clara y en el Campo de San Francisco. La almendra garapiñada, el turrón de tabique, las rosquillas de anís, los esponjados, las pelotas de serrín y un sinfín de artículos de fabricación artesana compartían mercado con madreñeros, pañeros, vendedores de quincalla, con la cerámica polesa y los plateros de Infiesto.
Pero lo que despertaba verdadero interés y congregaba más público era, y sigue siendo, el Sermón del Descendimiento, que terminaba con las órdenes oportunas para ir procediendo a descender el cuerpo de Cristo del madero, y tras presentárselo a la Dolorosa, era depositado en el Sepulcro a una orden del predicador.
Por entonces, ya era tradición, desde mediados del siglo dieciocho, colocar bancos para los cofrades, que para tener derecho a asiento debían vestir la túnica morada. Todos los curas del concejo se reunían en el Campo de San Francisco. Los que participaban  en el desenclavo portaban a hombros el Santo Sepulcro e iban vestidos con sobrepelliz. Detrás del Sepulcro el alcalde con el Pendón Rastrón. La procesión iba precedida por tambores y trompetas propios de la Cofradía que interpretaban una marcha fúnebre, monótona e insoportable.
Recién estrenado el siglo veinte, en 1902, el patrimonio de la Cofradía se ve enriquecido con la “Joya de Plata y Cristal” que es el “Santo Sepulcro”, donado por Doña Aurora Felisa Martínez de Suardíaz, y que desde entonces viene siendo el impresionante refugio del Cristo Yaciente.
Los pasos de “los Xudíos” eran los más populares entre la gente y solían ir al inicio de los desfiles, formando como otra procesión de ambiente desenfadado, dada la imagen grotesca de estos pasos.
Que le Semana Santa de Villaviciosa dejó huella desde tiempos inmemoriales en propios y extraños, no cabe ninguna duda.
Así nos lo confirma en 1964 una de las primeras plumas nacionales del siglo veinte, Alejandro Casona:

 …Yo fui niño ahí en esos años decisivos, desde los cinco a los nueve, en que el alma recién despierta clava sus raíces en una tierra, aferrándose a un paisaje…
…¿Cuántos recuerdos despierta en mí la sola palabra Villaviciosa tan entrañablemente unida a mi niñez? Quiero sólo destacar uno entre todos ellos: el día en que, por fin, pude tener el dinerillo suficiente para comprarme una capucha y una túnica moradas y un cordón de borlas amarillo para formar como Nazareno en la procesión de Semana Santa. No podré olvidar nunca la emoción de aquel día porque yo temblaba, pero no acierto a precisar nada ordenadamente. Recuerdo como en una bruma confusa que la ceremonia se desarrollaba en dos lugares: en lo alto de la cuesta, en la iglesia vecina a la escuela, y en la plaza en que está la casa solariega de largo balconaje de madera donde pernoctó el Emperador. En uno de estos dos lugares, no sé en cual, se celebraba el pasaje litúrgico que más profundamente me impresionó: el Descendimiento. La gran imagen de Cristo era desclavada de la Cruz, descendida en la Sábana, recogida por los Discípulos y llevada amorosamente al Sepulcro por unos Nazarenos cálidos de humanidad y devoción, que manejaban los Símbolos sagrados de la tenaza y la escalera, los clavos y el martillo como figuras animadas de Van der Weyden. Aquella insólita mezcla de verdad humana y de teatro litúrgico, de carne popular y tallas de madera, me impresionó como el más prodigioso de los retablos. Nunca volví a sentir el patetismo del Descendimiento con tanta fuerza de sugestión; ni cuando lo vi. realizado totalmente en vivo en la murciana Semana Santa de Lorca, ni cuando lo vi desgarradoramente interpretado en México por los indios de Ixtapalapa en la calzada de Hernán Cortés…
… Si considero la Pasión como el más patético y Hermoso Drama del Hombre, la razón habría que buscarla en aquel pequeño corazón que temblaba bajo su túnica de nazareno en una lejana Semana Santa de Villaviciosa.
La Semana Santa de Villaviciosa sigue año tras año fiel a la herencia de sus mayores y es hacia 1920 cuando el desfile procesional de Viernes Santo se enriquece con la participación de “Los curinos de Valdediós” que vienen a acrecentar la solemnidad del “Santo Entierro”.
Entre los innumerables desastres que trajo consigo la contienda civil acaecida en la segunda mitad de los años treinta, figura la destrucción del patrimonio artístico y material de la Cofradía, pero no así el patrimonio espiritual y religioso heredado, que es foco y motor para la recuperación.
Efectivamente, una década fue suficiente para reconstruir el monumento de tradición que es actualmente nuestra Semana Santa.
En 1940 ya se empieza a reponer el patrimonio escultórico con la llegada de nuevas imágenes: Jesús Nazareno y La Verónica, encargadas al taller del escultor compostelano Maximino Magariños, quien cuenta entre sus obras de carácter sacro con dos retablos en la Catedral de Santiago. Este mismo año se adquiere también El Cristo de brazos articulados para el Desenclavo o Descendimiento, obra del valenciano Juan Bernet Serra.
La entrañable imagen de San Juan llega a Villaviciosa en 1942. Es su autor José Gutiérrez de Madrid.
Don Juan Valdés Suardíaz, Marqués del Real Transporte, regala a la Cofradía, en 1943, la imagen deLa Virgen Dolorosa. Había sido encargada al artista guipuzcoano Julio Beobide, hombre de reconocido prestigio por su maestría en disciplinas como el retrato, la escultura o la imaginería. Era íntimo amigo y colaborador habitual de Ignacio Zuloaga, quien aplicó la policromía a la escultura. Su obra más conocida es “El Cristo del Valle de los Caídos”.
En 1945 se adquiere al taller de imaginería Arte Cristiano, ubicado en la localidad gerundense de Olot, la imagen de Jesús Resucitado. En este caso se trata de una pieza de fabricación en serie.
En 1947 y 1948, respectivamente, nos llegan dos impresionantes trabajos escultóricos, La Coronación de Espinas y La Flagelación del Señor. Ambos conjuntos son obra del valenciano Enrique Galarza Moreno, longevo (vivió 104 años) y prolífico imaginero que cuenta en su haber con innumerables obras escultóricas repartidas por toda España (Valencia y Murcia, principalmente) y por América del Sur. Quizás su obra más monumental sea “La Oración del Huerto” que se encuentra en la localidad de Albaida (Valencia).
En 1950 llega una nueva imagen de fabricación en serie, Jesús entrando en Jerusalén, procedente también del taller Arte Cristiano.
En 1953 se completa el nuevo patrimonio escultórico con la imagen del Niño Jesús que también es obra del ya casi familiar Galarza Moreno.
A medida que van llegando las imágenes se iban conformando los Pasos con nuevas andas y complementos, donde los hermanos Urraca, entre otros, dejaron, a golpe de gubia, su sello personal.
Todo ello, unido a las condiciones socio-políticas de entonces hacen que, manteniendo las celebraciones de tiempos pasados, los años cincuenta y sesenta cuenten con las más solemnes Semanas Santas de nuestra historia:
Tienen su pórtico en el Domingo de Ramos con la bendición de las palmas y ramos para, a renglón seguido, llenar las calles de la Villa de colorido y entusiasmo con la primera procesión, donde la nota de emoción e inocencia corre a cargo de las huestes infantiles que rodean el paso de “Jesús sentado en su borrica”.
El Martes Santo con la impresionante procesión del Silencio, donde el Crucificado, seguido de su Madre Dolorosa, desfilaba a la palpitante luz de las velas a las que el alumbrado público cedía su protagonismo.
El Miércoles Santo con el tradicional “Encuentro”, primer Auto Sacramental que nos trae al noble solar del Ancho las escenas que hace veinte siglos acontecieron en las calles de Jerusalén.
El Jueves Santo, con el lavatorio de pies, Sermón del Mandato, Visita procesional a los monumentos y procesión del Calvario, donde las calles de la Villa emulan la ruta dolorosa que llevó al Nazareno al Monte de la Calavera.
El Viernes Santo cenit supremo de nuestra Semana Santa, el alto del Campo de San Francisco es una vez más la elevada allanada del Gólgota y aquí tiene lugar el segundo y más importante Auto Sacramental de nuestras celebraciones. Ante las imágenes que representan lo acontecido en el Calvario, una muchedumbre sigue la representación del Desenclavo o Descendimiento de Cristo, en presencia de su Madre Dolorosa y del Discípulo Amado, para depositarlo en el Sepulcro que a hombros de cofrades lo llevará en Santo Entierro por las calles de Villaviciosa.
El Sábado Santo, la solemnidad ya va desapareciendo. Tras la tempestad viene la calma, y en este caso, la Soledad. La Madre Dolorosa y el Discípulo Amado reandan las calles, ya resbalosas de espelma, en la Procesión de la Soledad.
El Domingo de Pascua amanece con una nueva luz que da un aire distinto al desfile matinal de “Jesús Resucitado” y la “Virgen del Rosario” en la Procesión del Santísimo Sacramento.
Tras superar, con la mayor dignidad, la década más difícil, en que lo religioso en general y las procesiones de la Semana Santa en particular, no sólo llegaron a estar mal vistas, sino que hasta sufrieron duros ataques por quienes, en nombre de una mal llamada ¿libertad?, son incapaces de respetar lo que no entienden, la Semana Santa de Villaviciosa es hoy un “clásico” del mayor prestigio entre las SS. SS. de nuestro país.
En la tarde noche del Miércoles Santo, sigue siendo la Plaza de la Palmerona, arropada por las históricas fachadas de la Vieja Maliayo, el emblemático escenario de nuestro primer auto sacramental,“El Encuentro”. Los Pasos de Jesús NazarenoLa VerónicaSan Juan y La Virgen Dolorosa, sobre el soporte dialéctico del predicador, nos acercan ya a los primeros pasajes de la Ruta Dolorosa.
El Jueves Santo tiene lugar el primer gran desfile procesional, el del “Calvario”. La Verónica, San Juan, La Flagelación del Señor, La Coronación de Espinas, Jesús Nazareno, La Virgen Dolorosa y los pasos infantiles: Jesús Niño, Primera Caída, Segunda Caída y Cristo Crucificado, entre estandartes, estandartillos, pendoncillos, faroles y bandas de música, recorren las ancestrales calles de Villaviciosa.
El acto cumbre de nuestra Semana Santa, sigue siendo el “Descendimiento” o “Desenclavo”, seguido de la procesión del “Santo Entierro”. A la caída de la tarde del Viernes Santo. una gran muchedumbre abarrota el Campo de San Francisco, donde año tras año se vinieron reuniendo nuestros padres, nuestros abuelos y nuestros antepasados, para recordar y revivir la muerte de Cristo en la Cruz y el descendimiento del cuerpo para ser depositado en el Santo Sepulcro, la urna de plata y cristal que con más de un siglo de antigüedad, pues fue el único paso que se libró de la destrucción ya comentada, sigue siendo el motivo y el centro de nuestra más solemne manifestación religiosa; al paso que marcan los monótonos acordes de tambores y trompetas , todas nuestras imágenes a hombros de cofrades , sacerdotes, autoridades y un inmenso gentío dan escolta al Cristo Yaciente en la procesión del Santo Entierro.
Así fue, así es y así tiene que seguir siendo la Semana Santa de Villaviciosa.


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