jueves, 4 de diciembre de 2014

José Font de Anta, una vida en la penumbra de «Amarguras»



«A los ochenta años, mi padre (Manuel Font Fernández) había comenzado a instrumentar para orquesta la obra amada de los sevillanos “Amarguras”. Un día me llamó y me dijo: “Mira Pepe, ya lo hallé, éste es el ritmo”. Y yo, al examinarlo, dije: “Papa, parece que el ritmo llama a la muerte”  y me dijo: “Eso es lo que buscaba Jesús por la calle de la Amargura, va a buscar la Muerte para redimirnos. Llama el ritmo a muerte”.Aquella noche, mi querido padre, murió». «Un viento mueve las velas de un mismo barco». El lema de los Quintero sirve para definir la relación entre dos hermanos,Manuel y José Font de Anta. Eran uña y carne, trabajaban codo con codo, vivían juntos y se amaban y respetaban. Les unía la música: uno, Manuel, como pianista; el otro, José, como violinista. Sólo les separaba la popularidad y el antagonismo de sus caracteres. Manuel era un afamado cupletista; José vivía en su introspección, provocada por un doloroso episodio que lo llenó de soledad, amarguras y resignación.La historia relegó a un segundo plano a José, quizá porque él así lo quiso, quizá porque el mito se creó en torno a la figura de su hermano asesinado. «La música se acabó en mi familia con la muerte de mi tío Manolo», cuenta José Ignacio Font Cabrera, hijo de José, que lleva décadas luchando por darle su sitio a su padre, al que la historia nunca le reconoció el hecho de que fue quien verdaderamente compuso las marchas más admiradas de la Semana Santa.  Tres generaciones de músicos La saga se acabó con los hermanos Font de Anta, pero nació con su abuelo José Font y Marimont, militar destinado al regimiento de Soria 9 y que fue el primer músico que compuso una marcha específicamente para la Semana Santa de Sevilla: «La Quinta Angustia». También compuso la marcha «La Carretería», cuya partitura está en paradero desconocido. La segunda generación vino con su hijo Manuel Font Fernández, músico militar y magnífico instrumentador que en el Hospicio de San Fernando creó el germen de la actual Banda Municipal de Sevilla. La tercera generación llegó con Manuel y José.El primero cursaría estudios de piano en París, donde conoció a los más reputados artistas, como Manuel de Falla. El segundo, estudió violín en Bruselas, donde obtuvo el primer premio de su promoción. La Primera Guerra Mundial los hizo regresar a España y se dedicaron juntos a ofrecer conciertos por todo el país. Al concluir la Gran Guerra, José regresó a Bruselas en busca de una mujer, hija de uno de sus profesores, con la que había mantenido relaciones y de la que estaba profundamente enamorado. Al llegar, en 1919, el reencuentro esperado no llegó. Ella había fallecido en un bombardeo y, además, se entera de que había nacido un hijo suyo que también había fallecido. Aquel episodio le dejó marcado para toda su vida y, a partir de ahí, vivía su música sin el ánimo de ser popular, como sí lo era su hermano, siempre en un segundo plano. Tras esta desgracia, se trasladó a Madrid a vivir junto a Manuel, famoso cupletista del que la prensa del momento se hacía eco. [caption id="attachment_66839" align="aligncenter" width="644"] Un recorte de prensa de la época sobre Manuel y José Font de Anta[/caption] Un cronista, Ricardo Rufino, visitó la casa donde vivían los dos hermanos y recogió claramente cómo era cada uno de ellos en un artículo titulado«Artistas sevillanos en Madrid»: «Yo he ido a Font (Manuel), no para inspirar el gesto artístico del maestro de cuplés, sino para escudriñar en él al hombre en toda su personalidad. Lo he visitado en su casa, un pisito bien puesto, pero dominado totalmente por él. Observamos la casa (…), pende de las paredes la imagen del artista ya en fotografías y caricaturas confundida entre una infinita colección de fotografías de mujeres (…). Nos internamos aun más, y me encuentro en un recogido cuartito, con un atril con papel pautado. Este cuarto –he pensado para mis adentros– debe ser el cobijo romántico de José, hermano de Manolo, el gran violinista postergado tan injustamente. He observado a estos hermanos, figuras tan antagónicas. Manuel Font de Anta, fornido, altanero, lleva un aire de optimismo y de voluntad, como el hombre capaz de todo, que sabe vencer y triunfar. José es la antítesis de Manolo. Estábamos escuchando la lección que daba Manolo a una estrella, más o menos luminosa. De pronto se abrió la puerta del piso y apareció el violinista, con su cuerpo vencido, su porte simpático y pálido, pulcramente vestido de negro. Es tímido en su voz, en su gesto y en su persona. No sé por qué al verlo me acordé de nuestro gran romántico Gustavo Adolfo. José Font lleva grabado en su rostro y en su cuerpo ese sello fatalista que tanta celebridad triste le ha dado a gente como Robespierre o Bécquer. El artista siente el arte como su hermano pero si buscáramos la ética fundamental, la génesis de la pasión musical de estos hermanos, nos encontramos con que hablando musicalmente, Manolo conjugaría el verbo del Tristán epicúreo; José, el violinista, conjugaría subjetivamente el verbo del Sigfrido hierático y platonista». [caption id="attachment_66840" align="alignright" width="300"] Registro de la marcha «Amarguras» por José Font de Anta[/caption] «Amarguras» A través de su padre, Manuel Font Fernández, desde San Juan de la Palma le enviaron cuatro fotografías de la Virgen y una carta con la que la hermandad le pedía a Manuel una marcha para la Virgen. «Ya que a mí no me haces caso, ¿serías capaz de negárselo a Ella?», le indicaba. «Manuel era el famoso cupletista, el extravertido, el conocido, ¿a quién le pide la gente que le haga una marcha? A mi tío», cuenta José Ignacio Font, quien aclara que «él estaba en otra onda y, mi padre, en una muy distinta con ese sentimiento de dolor. Mi tío lo rechaza y le da la idea del poema a su hermano, así me lo contó mi padre, José Font de Anta». Atrapado en su pequeño cuartito de Madrid, allí fue donde José le dio forma de marcha fúnebre a ese poema, inspirado por las cuatro caras de la Virgen, evocado también por su propio sufrimiento. Sentimiento fatalista que le llevó también a componer«Soleá dame la mano», «Resignación», «Camino del Calvario» o «A la memoria de mi padre», marcha, esta última, que bien podría servir de titular para este reportaje, en el que su hijo José Ignacio Font Cabrera recuerda la figura de su padre, al que la historia lo dejó en un segundo plano. Como le ocurrió tantos años a Juan de Mesa con su maestro Martínez Montañés, a Manuel le atribuyeron todas las obras que compuso su hermano, a pesar de que estaban registradas a su nombre. Y todo fue por amor, para sublimar la figura de Manuel, que falleció fusilado en Madrid y terminó de ensombrecer a José, el violinista. La muerte de Manuel Manuel Font de Anta, que no tenía actividad política de ningún tipo, tenía un hijo vinculado con Falange al que fueron a buscar en la época de las checas de 1936 a casa de su compañera sentimental. Abrió la puerta Manuel, quien para proteger a su hijo afirmó que no se encontraba allí. No le creyeron y arramblaron con cuanto había en el piso hasta que dieron con el hijo. Como castigo, montaron a ambos en una camioneta, camino de una muerte fija, camino del Calvario. El hijo de Manuel saltó de la camioneta y logró escapar; Manuel, que padecía una hernia, no fue capaz. Al llegar a una tapia que había en el lugar donde actualmente se levanta el Santiago Bernabéu, fue fusilado y, posteriormente, enterrado en una fosa común. A José todo esto le cogió regresando de Canarias, camino de Sevilla, para pedir permiso a sus padres para casarse con su novia. Dio la casualidad que José coincidió en el barco con el general Varela, que iba a hacerse cargo de la sublevación en Cádiz. Hicieron buenas migas en el viaje y Varela ayudó a José a llegar hasta Sevilla, donde conoció la muerte de su hermano. A la conclusión de la Guerra Civil, José, que no había podido casarse aún por el luto familiar –lo hizo en 1942–, se trasladó a Madrid para indagar sobre la muerte de su amado hermano, encontrando en un dossier dónde estaba enterrado. Tras su exhumación, trasladó sus restos a Sevilla a un panteón que encargó a Aníbal González, donde actualmente se encuentran sus restos. También se trajo un arcón con todas las pertenencias de Manuel, que aún guarda su hijo en su casa. Cuenta José Ignacio que la vida que llevaba su tío hasta su muerte no hubiera sido aceptada por el Régimen, por lo que su padre, José Font de Anta, y su familia, sublimaron la figura de Manuel hasta tal punto que potenciaron sus valores religiosos. José, el violinista, que tan afectado se quedó,«abandonó el ejercicio público de la música,aunque nunca dejó de tocar su violín y de componer, siempre en el silencio de su casa», afirma su hijo. Es por ello que, aunque en todos los documentos constara que José es el autor de las marchas, el hermano introvertido quiso darle todo el mérito a Manuel. «Mi padre lo quería tanto que dejó la música al morir su hermano, incluso cuando sus hijos quisimos continuar la saga, nunca quiso. La música murió cuando mataron a mi tío», afirma José Ignacio. «Cómo iba mi padre a hacerle la charraná a mi  tío de atribuirse algo que hiciera él, incluso en vida. De hecho, cuando ambos componían algo, lo registraban a nombre de los dos». Ocurrió lo contrario, que por amor a su hermano, José siempre dejó que la figura de Manuel fuera la que destacara, viviendo a su sombra toda la vida, acudiendo incluso a homenajes como el que le brindó la hermandad de la Amargura, que descubrió una placa en honor de Manuel Font de Anta, «autor de la marcha “Amarguras”». Las amarguras de José [caption id="attachment_66841" align="aligncenter" width="644"] La trasera del palio de la Amargura, tal y como le gustaba verlo a José Font de Anta / CÉSAR HALDÓN[/caption] José se dedicó entonces a la administración, en la Sociedad General de Autores y, en su casa, se dedicaba a escribir auténticos tratados de música que aún guarda su hijo pero nunca se han publicado. Su historia le llevó a estar siempre vinculado con las amarguras de laVirgen de San Juan de la Palma, como tantos otros que arrastraban ese sello fatalista, Susillo, Riqueni… José Font de Anta, hermano de la corporación, guardaba las fotos de la Virgen a la que le compuso la marcha, himno propio de su vida, como oro en paño. Lo conserva aún su hijo, en un tarjetero chino de marfil, que aún está junto a la medalla de hermano de su padre. Nunca se la perdían de regreso de la Catedral. Cada Domingo de Ramos acudían padre e hijo a verla de regreso. «A mi padre le encantaba ponerse detrás del paso y verla irse a los sones de la marcha, como el poema que escribió». Así, discretamente, solía verla por la calle Alcázares, con la noche cerrada. «Mi padre padecía una enfermedad ocular que le impedía ver el color, pero tenía la sensibilidad para imaginarlo. Un año, detrás del paso, me dijo: “Ignacio, fíjate cómo se refleja la luz del paso”. Veía más que yo». Y llegó el año 1988. Domingo de Ramos. Como cada año, José Font de Anta acudió a ver a la Virgen, cuando el silencio blanco se apoderaba de la calle Tetuán. Estaba ya postrado en una silla de ruedas. Iba junto a su hijo y, allí se encontraron con el cofrade y vestidor Manuel Caballero, muy amigo de José, y uno de los pocos que conocía su verdadera historia. Impresionado por su mal estado de salud, Caballero volvió  la vista a la cofradía y vio de lejos el palio. Se despidió y caminó presuroso hasta que se encontró frente a frente con el fiscal de paso al que, con mucho respeto, le dice: "Hermano, en aquella esquina se encuentra José Font de Anta, autor de la marcha de la Virgen, que probablemente sea la última vez que la vea en la calle. Sé que el horario es el horario, pero sólo le pido que, si puede ser, detenga a la Virgen en ese sitio. Muchas gracias». El nazareno asintió en silencio. Cuál sería su sorpresa que, al llegar el palio a donde se encontraba el músico, empezó a girar el paso a los sones de «Amarguras», arriándose frente a un Font de Anta emocionado. Curioso destino. Una marcha compuesta mirando una foto y, años después, es la Virgen quien miró al músico al son de su marcha. Fue la última vez que se miraron ya que meses más tarde falleció José Font de Anta, el hombre que le dio la mano en forma de música a su soledad, sus amarguras y su resignación.

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