sábado, 12 de diciembre de 2015

¡Cómo hemos cambiado!





Las fotografías en blanco y negro demuestran que la Semana Santa, lejos de ser algo inmóvil y resistente a los cambios, no deja de evolucionar, enriquecerse y hasta de empeorar, según los casos. Tampoco es necesario ir a los tiempos de las cámaras con fogonazo. Hasta se aprecian diferencias sustanciales en sólo veinticinco años. ¿O no ocurre cuando se ve a San Benito por el puente a finales de los años 70 en una película de Súper8? Hace poco traíamos a esta página las reflexiones de un viejo (y sabio) costalero que tuvieron gran repercusión en las redes sociales. Aquellas meditaciones, que desaprobaban las actitudes de algunos de los costaleros de hoy en contraposición al espíritu de sacrificio de los hombres del muelle, tiene su reflejo en las fotografías que sirven para comparar unos tiempos con otros.

La estética de los hombres del muelle era de una rudeza notoria, como se puede apreciar en la fotografía de mayor impacto. El costal no se aproxima lo más mínimo al entrecejo, al contrario que la moda actual, tildada por muchos de absurda, o simplemente encuadrada en eso que se ha dado en llamar como postureo hispalense. La cofradía aún no ha salido y la camisa revela arrugas antiguas. El rostro está fatigado y los pantalones exhiben las horas de trabajo en el puerto.

Los costaleros de hoy son mucho más atléticos, de pasarela, forjados en gimnasios, casi fieles al canon de las siete cabezas como Praxíteles de la trabajadera, asistidos por nutricionistas, atendidos por fisioterapeutas con cargo a las arcas municipales y disfrutando de relevos masivos para paliar la fatiga. ¡Cómo hemos cambiado! Estas circunstancias han derivado en un protagonismo que los hombres del ayer no tenían, salvo algún caso de huelga absolutamente aislada, tan aislada que se recoge en los libros de la historia reciente de la Semana Santa.

Antes olían a vino y sudor acumulado, hoy hablan por teléfono móvil. Hoy se establece la edad de jubilación, incluso se regula que no saquen otra cofradía en la víspera. Antes sacaban una cada día para cobrar más y conseguir un sufrido sobresueldo. Y a falta de teléfonos, pegaban voces y hasta soltaban alguna irreverencia, que de todo había.

De los hombres del muelle a los licenciados universitarios. Del sudor al desodorante. De la garrafa de tinto al centro de atención al costalero. El viejo costalero que nos hacía partícipe de sus confidencias podía tener nostalgia, pero también tenía mucha razón. El cambio ha sido importante. Algunos no lo ven porque llevan el costal demasiado ceñido a los ojos.

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