martes, 29 de julio de 2014

El brazo del señor de sevilla

Lo vieron sus devotos, esas mujeres de mirada directa que llevan el dolor en la médula de los huesos, esos hombres de callar sereno y andar pausado. Era viernes en San Lorenzo, y el Señor estaba rodeado de los suyos. De los que no tienen pudor alguno a la hora de reconocer, en público, aquello que nos hace profundamente humanos: la debilidad.

 

Quien escribe este artículo sabe de lo que habla. Ese brazo extendido que provocó el miedo entre los que allí estaban no es un simple fallo en el ajuste de la articulación. Va mucho más allá de lo mecánico. Ese brazo extendido es la metáfora más conseguida de la fuerza que anida en el interior del Gran Poder.

 

No le importa que le duela el hombro izquierdo. No le pesa el peso pesado de la cruz. Se levanta una y otra vez del asfalto, como un boxeador sonado que no deja de recibir los golpes que le damos entre los unos y los otros. Se levanta de la lona, del albero, del adoquín, del ladrillo, de la cama y la camilla. Una y otra vez. Y sigue su camino aunque sepa que le espera el Calvario a la hora del alba.

 

Cuando la plaza es un trino engarzado en sus espinas. Cuando la serpiente del amanecer se enrosca en la eternidad del tiempo. Cuando las lágrimas surgen del manantial más puro del alma.

 

Allí, en ese panteón sin más dioses que el Cisquero que nos calienta con el picón de la Esperanza, somos humildes y débiles. Allí buscamos sus manos para besarlas cuando el niño que llevamos dentro -esqueleto de inocencia y de ternura- revive las ansias delDomingo de la Luz. O cuando el hombre que sufre el peor golpe que puede darle la vida se acerca y lo coge literalmente de su mano, se aferra a esos dedos que dejaron sus huellas dactilares en la belleza y en la bondad del mundo. Allí está el Todo y allí nos enfrentamos con el pitón astifino de la nada.

 

El Señor ha extendido su brazo porque ahí está su fuerza. Su poder de hombre. Su debilidad de Dios. Esa eterna paradoja que no cabe en los límites reducidos de la razón.El Gran Poder no baja los brazos

 

Nunca. Lo extiende para hacerse más humano. Más nuestro. Más cercano.

 

Quien ha agarrado esa mano sabe que no es obra humana. Que el Arte se queda en el zaguán de la estética. Que no estamos hablando de estilos ni de volúmenes. Que esto es otra cosa. Que aquí está esa Verdad que buscan sus devotos, su guardia pretoriana de enfermos, de náufragos, de olvidados, de abandonados por la vida.

 

No busquéis allí la gloria de un imperio ni el brillo del oropel. Que nadie vaya al encuentro con la receta que puede salvarle la papeleta.

 

Allí se va a lo que se va. A entregarse en cuerpo y alma. A pedir por dos o tres cosas. Las que verdaderamente importan. Como si en la puerta hubiera un cedazo para filtrar las pamplinas. Allí somos más débiles que en ningún otro lugar del mundo. Por eso el Señor extiende su brazo. Porque no quiere que estemos solos. Nada más que por eso. Y nada menos. 

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