1896 fue año bisiesto. De noticias con enorme trascendencia posterior en el tiempo. Año de las primeras Olimpiadas de la Era Moderna y de la llamada rebelión del Katipunan en Filipinas contra la presencia española. El hundimiento del antiguo imperio español estaba a la vista, más se perdería en Cuba…
El hundimiento del vapor Aznalfarache en la prensa de la época.
El año de la primera proyección de cine en España. Año en el que Cézanne ponía a dos caballeros a jugar eternamente a las cartas y Wells fantaseaba con la isla del doctor Moreau. Año de la llegada del cardenal Marcelo Spínola a la sede hispalense. Año de la Bohème de Puccini. Y de la inspiración para la marcha Virgen del Valle…
Un origen perfectamente documentado por José Manuel Delgado en publicación que realizó la hermandad del Valle en el centenario de la composición. Madrugada del 8 de noviembre de 1896. Según informaba Diario de Sevilla el día 9 “varios señores aficionados a la caza flotaron el vapor Aznalfarache, de la Compañía de los señores Camacho, con objeto de que les condujera al coto Oñana (sic) donde pensaban pasar el día”. El pequeño barco de vapor zarpó del muelle del Barranco “oyendo los amigos que regresaban a Sevilla cómo los del vapor cantaban llenos de alegría acompañándose de un acordeón”. Nada hacía presagiar la desgracia posterior en aquel mes de noviembre. Pasadas las cinco de la madrugada el pequeño barco se hundía en el Guadalquivir, al colisionar con el buque Torre del Oro, barco de gran tonelaje que hacía la hoy impensable ruta entre Sevilla y Marsella. Hasta veinte personas murieron ahogadas, entre pasajeros y tripulantes. El rescate de sus cuerpos se prolongó en el tiempo, tanto que algunos no fueron encontrados hasta quince después.
La Virgen del Valle
El suceso produjo una gran conmoción en la ciudad, especialmente porque buena parte de los fallecidos pertenecían a la burguesía media-alta de la ciudad. El diario El Porvenir relataba alguno de esos nombres: “…Francisco Pro, dueño del establecimiento de perfumerías y juguetes establecido de la calle Gallegos a la de Sierpes, Antonio Enrile, capitán de ingeniería retirado, Ricardo Villegas, distinguido pintor, autor de “La muerte de Viriato”, don Juan Gonzalo, dueño
de la fábrica de sombreros de la calle Rioja, Don Alberto Barrau, hijo del ingeniero Leoncio Barrau…” Este último nombre, Alberto Barrau, sería el origen de la inmortal marcha dedicada a la Dolorosa del Jueves Santo. Barrau y Grande tenía 22 años, era doctor en Derecho y redactor de la publicación El Porvenir, siendo por aquellas fechas Fiscal de la Junta Directiva (entonces se llamaba así) de la hermandad del Valle. Hijo del industrial Leoncio Barrau, director de la Compañía de Ferrocaril Sevilla – Alcalá – Carmona, el joven Barrau era barítono solista, un cantante aficionado que participó con regularidad en el acompañamiento musical de los cultos de la hermandad del Valle, lo que motivó su gran amistad con el compositor Vicente Gómez Zarzuela.
La muerte de Barraru en el diario El Porvenir
El periódico El Porvenir, en la nota necrológica que publicó sobre su articulista, recogida por José Manuel Delgado en la citada publicación de la hermandad del Valle, reflejaba la personalidad de Barrau en estos términos: “Ese roce constante que Barrau tuvo desde muy niño con todos los artistas que han desfilado por los teatros de San Fernando y Cervantes, propiedad de sus padres, había hecho de nuestro amigo un cómico y un cantante.
Vicente Gómez Zarzuela, foto del libro de José Manuel Delgado editado por la hermandad del Valle.
En reuniones íntimas y alguna vez en el teatro, cuando se trataba de ayudar a una obra caritativa para un amigo, Alberto Barrau había lucido su gracia y sus dotes de artista. Ayer mismo de madrugada amenizaba cantando la sobremesa de la cena en el Aznalfarache, poco antes de morir asfixiado en el reducido camarote del barco”.
Era pues, Barrau, personaje reconocido en la ciudad (hicieron notas necrológicas laudatorias incluso periódicos muy distanciados de la línea editorial de El Porvenir), a cuya muerte se añadió un trance posterior: durante días no se encontró su cadáver, a pesar de las intensas labores de búsqueda y con el duelo en la espera de su padre, Don Leoncio, que iba diariamente al lugar del hundimiento a la espera de poder recuperar los restos de su hijo. Finalmente se encontró el cadáver el día 23 de noviembre, tras los trabajos del buzo Arroyo, enterrándose posteriormente, con honras fúnebres solemnemente celebradas en la iglesia del Santo Ángel, por entonces sede de la hermandad de la Coronación de Espinas y de Nuestra Señora del Valle.
Material más antiguo que se conserva de la marcha Virgen del Valle.
La conmoción que produjo la muerte de Barrau en el afamado compositor Vicente Gómez Zarzuela lo motivó para la creación de una marcha fúnebre que se acabaría convirtiendo en una de las grandes composiciones de la Semana Santa.
Antigua foto de la Virgen del Valle vestida de hebrea
Así lo refería el propio compositor, haciendo referencia a las interpretaciones de Barrau del Stabat Mater de Rossini: A su memoria escribo la marcha “Virgen del Valle, que comienza con la frase “Pro peccati” de Rossini, y después de un sencillo desarrollo melódico, que bruscamente corta una fuerte cadencia interrumpida, termina la composición, iniciando la frase de las coplas, “muerte busca (Jesús) entre penas y horrores”. Frase que siempre nos recordará la inolvidable hermano de la Virgen del Valle Alberto Barrau Grande.
La marcha se realizó en 1897 y se trasladó su instrumentación para banda al que fuera profesor de Gómez Zarzuela, Manuel Font Hernández de la Herrán. Se estrenaría tras el paso de palio en la tarde del 2 de Abril de 1898, interpretada por la banda del Regimiento Granada 34. Fue año de estrenos en la Semana Santa, el primero con luces eléctricas en las calles para acompañar a las cofradías y el año del estreno de los canastos de los dos pasos de misterio de la corporación. Pero fue, sobre todo, el año del estreno de Virgen del Valle. Una pieza melódica, con cadencia interrumpida, que recuerda la muerte brusca de Alberto Barrau en las aguas del Guadalquivir, la madrugada de un día de noviembre como el de hoy, en el ya lejano año de 1896.
La Sacra Conversación en el antiguo palio del Valle
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